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Para muchos de nosotros, la crianza está llena de amor, esperanza y el deseo de hacerlo mejor. Sin embargo, incluso con las mejores intenciones, podemos caer sin darnos cuenta en patrones dañinos, transmitidos de generación en generación. Decimos cosas que no queremos, controlamos desde el miedo o dejamos que el perfeccionismo nos domine. El ciclo continúa, dejando a los niños sintiéndose invisibles, ignorados y cargados con un peso emocional.

Ser padre es difícil, especialmente cuando la ira se apodera de la situación. Tal vez nunca planeaste gritar tanto, pero el estrés, la resistencia y el puro agotamiento hacen que pierdas el control más de lo que te gustaría. La culpa es real. El miedo a cómo será el futuro de tu hijo si las cosas no cambian es aún peor. Te entiendo. Amas a tu hijo, pero a veces su ira y la tuya parecen imposibles de controlar. Tal vez estés atrapado en un ciclo de reacciones explosivas, castigos que no funcionan y disculpas que no cambian nada. No estás solo.