AMOR Y MISERICORDIA
Efesios 2:1 Antes ustedes estaban muertos a causa de su desobediencia y sus muchos pecados. 2 Vivían en pecado, igual que el resto de la gente, obedeciendo al diablo el líder de los poderes del mundo invisible, quien es el espíritu que actúa en el corazón de los que se niegan a obedecer a Dios. 3 Todos vivíamos así en el pasado, siguiendo los deseos de nuestras pasiones y la inclinación de nuestra naturaleza pecaminosa. Por nuestra propia naturaleza, éramos objeto del enojo de Dios igual que todos los demás. 4 Pero Dios es tan rico en misericordia y nos amó tanto 5 que, a pesar de que estábamos muertos por causa de nuestros pecados, nos dio vida cuando levantó a Cristo de los muertos… NTV.
La autoridad que ejerce satanás sobre los hombres es real, pues él y todos los espíritus de maldad habitan entre la tierra y el cielo. Al habitar en este mundo, ejerce su autoridad y dominio, por eso la humanidad lo obedece y vive para complacer su voluntad, pues la voluntad del maligno es que toda la humanidad, viva en completa desobediencia a los mandamientos dados por Dios. Al llevar una vida complaciendo a los deseos de su padre satanás, el hombre está muerto, no físicamente sino espiritualmente. La muerte espiritual es más grave que la muerte física, ya que la muerte espiritual es la permanencia eternamente lejos de la presencia de Dios Padre.
Bajo la autoridad del maligno, toda la humanidad se rinde y le obedece, por eso practican abiertamente toda clase de pecados, sin temor de ser disciplinados por el Señor de los ejércitos celestiales. La mayoría de los hombres que viven bajo el dominio de satanás, no tienen temor de Dios, pues el maligno les ha nublado el entendimiento, con engaños y mentiras acerca de la no existencia de Dios. Pero algunos hombres creen en la existencia de Dios, pero pese a eso, prefieren seguir viviendo disfrutando de los placeres de este mundo y obedeciendo a la voz de su amo satanás. Crean o no en la existencia de Dios, toda la humanidad pecadora recibirá la justa ira de Dios en el final de los tiempos.
En este mundo hay una diferenciación de etnias, nacionalidades y clases sociales entre los hombres, pero en la presencia de Dios no hay esta clase de diferenciación, pues toda la humanidad comparte la misma naturaleza pecaminosa originada en Adán y transmitida a todas las generaciones humanas. Por eso, todos los que practican pecado están destituidos de la gloria de Dios. Todos están perdidos, y nadie podrá salvarse por cuenta propia. Ante la imposibilidad del hombre de salvarse de la condenación eterna por su cuenta, Dios tuvo misericordia del hombre, por eso a pesar de que estaba muerto a causa de sus delitos y pecados, le dio vida cuando levantó a su amado Hijo de los muertos.
En la cruz del calvario, Cristo triunfó sobre Satanás y su poder sobre la humanidad, pagando un alto precio que nadie más podía pagar, el precio fue su bendita sangre. Ahora, el pecado ya no tiene poder en la vida de los que aceptan el sacrificio realizado por Jesucristo. La fe del hombre pecador en el Unigénito Hijo de Dios, lo declara absuelto o "no culpable" delante de Dios Padre. Al momento de la conversión del hombre pecador a Cristo, Dios no le quita del mundo ni tampoco le convierte en un muñeco para que le obedezca sin ninguna clase de oposición. Pese a su conversión, el creyente sigue teniendo total libertad para obedecer o no a Dios, por eso algunas veces cederá ante las tentaciones. La diferencia radica en que antes de pertenecer a Cristo, el creyente era esclavo de su naturaleza pecaminosa, pero ahora puede escoger vivir para honrar y glorificar el santo nombre de su Señor y Salvador, Cristo Jesús.
Queridos hermanos. Antes de conocer a Jesucristo, nosotros estábamos bajo el control del maligno, y por eso disfrutábamos de los placeres de nuestra naturaleza pecaminosa, pero en el momento de nuestra conversión, fuimos liberados de ese control, ahora el pecado no tiene el control de nuestras vidas, por eso podemos elegir entre seguir pecando o vivir para honrar y glorificar al Señor con nuestras vidas. Hermanos. Ya que hemos hallado la libertad de la condenación eterna que nos esperaba por nuestros delitos y pecados, apartémonos definitivamente de esa vida pecaminosa, y llevemos una vida de total obediencia a Aquel que entregó su preciosa vida en el madero para darnos esa libertad, y la posibilidad de vivir eternamente en su reino venidero.