Esta historia comienza en Nazaret, en la antigua provincia de Judea, una región de la actual Palestina que en aquellos momentos estaba bajo el dominio del poderoso Imperio Romano. Hacía unos días que se había anunciado a la población un decreto del emperador César Augusto por el que se ordenaba la realización de un censo en todo el imperio, destinado a garantizar el control político y fiscal de los territorios. La orden obligaba a los ciudadanos a registrarse en sus lugares de origen, lo que significaba para José y María, su esposa, recorrer casi 150 kms hacia el sur, hasta la localidad de Belén, ubicada en al actual Cisjordania y a unos 9 kms al Sur de Jerusalén. Este viaje suponía un enorme esfuerzo y riesgo en aquella época, el cual habrían de realizar obligatoriamente pese al avanzado embarazo de María. Belén era una localidad ancestral conocida por ser el lugar de nacimiento del rey David, y por tanto, tenía una gran importancia histórica para los judíos, aunque solo se tratara por entonces de una pequeña y tranquila aldea de menos de 1000 habitantes. José había nacido también allí y pertenecía al linaje del rey David. La ruta entre Nazaret y Belén estaba llena de caminos polvorientos y a menudo peligrosos, ya que atravesaba colinas pedregosas, el entorno era abrupto y muy seco, con largas travesías sin acceso al agua y sin ayuda en caso de necesidad. El transporte era incómodo y era difícil encontrar hospedajes disponibles. A esto había que añadirle que el clima podía resultar excesivamente caluroso por el día y con un frío penetrante en las noches. Aunque José era un carpintero acostumbrado al trabajo físico y se supone que podría afrontar el camino con relativa facilidad, el estado en el que se encontraba María con su embarazo y probablemente con la dificultad de tener que viajar a lomos de un asno para evitar la fatiga extrema, suponía igualmente un esfuerzo enorme para ella y exigía hacer el recorrido más lentamente y con mucha más precaución. Después de dos duras semanas de trayecto, José y María llegaron a Belén, donde debido a la llamada para el censo, el lugar se encontraba lleno de viajeros, lo que hacía aún más difícil encontrar donde alojarse. José, probablemente agotado y preocupado por la condición de María, buscó refugio durante horas sin éxito. La sociedad judía de entonces valoraba la hospitalidad y cualquier rechazo a dar alojamiento al viajero podría ser muy mal visto, sin embargo, la saturación de la localidad durante aquellos días complicaba mucho las cosas. Afortunadamente, un lugareño, ante la desesperación de José, le ofreció el único lugar que tenía disponible. Sería en un espacio rudimentario y muy modesto de su establo, pero al menos estaba limpio y seco, lo que les proporcionó techo y algo de intimidad para poder descansar con tranquilidad. Horas después, entre el calor que les aportaba el heno y la presencia de los animales en aquel establo, María dio a luz y el llanto del niño fue el inicio de una gran historia que ha sido la guía espiritual de millones de personas durante más de 2000 años. Mientras tanto y no muy lejos de allí, en las colinas que rodeaban la aldea, un grupo de pastores vigilaba sus ovejas mientras conversaban alrededor de una hoguera que les hacía más soportable el frío de la noche. Debatían sobre el reparto de los pastos y la sequía por la que atravesaba la zona desde hacía un año. Su tertulia se vio interrumpida por la presencia de una figura que surgió repentinamente desde la oscuridad. Su indumentaria era extraña y no parecía del lugar, era una persona alta, de aspecto bondadoso y con un rostro que parecía resplandecer. Aquella figura se dirigió a los pastores para transmitirles un mensaje. “No temáis; os traigo buenas nuevas de gran alegría”; “hoy ha nacido en la ciudad de David un Salvador”. Los pastores no sabían cómo reaccionar; por un momento se sintieron asustados e incrédulos, pero inmediatamente después, una mezcla de curiosidad y de una especie de esperanza los empujó a dirigirse hacia Belén para comprobar si era cierto y para tratar de entender el significado de aquel mensaje. Los pastores caminaban apresuradamente hacia el pueblo sin tener una idea clara de donde buscar, aunque aquella extraña persona les había indicado que lo encontrarían en el lugar más humilde de todos. La silueta del pueblo y de sus calles se dibujaba en el horizonte con una tenue iluminación azulada bajo un impresionante cielo estrellado, con las montañas de Judea al fondo y un frío intenso que lo envolvía todo. El último tramo del camino antes de llegar a la entrada de la aldea se abría paso a través de una pendiente suave, rodeada de olivos y viñedos. Al final de esa pendiente, a unos 300 metros antes de la entrada principal de Belén, había un arroyo conocido como Elia. Justo al llegar a ese punto, el aire parecía saturarse de olores intensos a ...